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Sancti Spíritus, un record de dolor convertido en clamor de justicia

Sancti Spíritus, un record de dolor convertido en clamor de justicia

Para los habitantes de la provincia de Sancti Spíritus, no resultó lejano ninguno de los temas que sostuvieron los participantes en el Encuentro Internacional Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia, con sede en el capitalino Palacio de las Convenciones entre jueves y sábado.
Y es que este territorio del centro de Cuba ha tenido que enfrentar sucesos que denotan cada una de las aristas que prueban la directa implicación de las diferentes administraciones norteamericanas en actos de los que sólo se derivó dolor y muerte al estrellarse contra la decisión de un pueblo presto a defender su libertad.
Escenario principal de la Lucha contra Bandidos, aquella epopeya con huellas imborrables entre los espirituanos, que trajo consigo el asesinato de jóvenes indefensos por el único delito de llevar el saber a rincones donde nunca antes se imaginó que pudiera llegar la luz de la enseñanza, o crímenes contra familias completas, como la de los Romero, por el “delito” de situarse al lado de su Revolución.
Pero incluso fuera de contornos yayaberos, hijos de esta tierra chocaron con la acción vandálica de asesinos que hoy se pasean por las calles de Miami, envueltos en el falso título de luchadores anticastristas impuesto por sucesivas campañas mediáticas. Bien que lo sabe la familia Galañena en el Yaguajay al que no pudo regresar “El Negro” ni siquiera muerto como consecuencia de las “heroicidades” de Orlando Bosh y los suyos.
Las más de 300 personalidades de todo el mundo y especialmente de América Latina y el Caribe, junto a los participantes nacionales, tuvieron la oportunidad la oportunidad de abundar en historias derivadas de más de cuatro décadas del terror organizado y financiado por sectores cargados de resentimiento y frustración, que enquistados en el Gobierno de una potencia, se hallan entrampados entre un discurso y un actuar contradictorios.
Reflexión y denuncia se hacen acompañar de ira y dolor, pero sobre todo de anhelos de justicia por la que, lastimosamente, no sólo clamamos los cubanos. Con La Habana, entonces, convertida en escenario de una batalla impostergable y huellas por doquier del castigo impuesto a los cubanos por haber escogido camino propio, la voz de la humanidad retumba a los cuatro vientos. Y desde este rincón de Cuba el indeseado record de dolor que nos acompaña, se traduce en una nueva condena al terrorismo y sus defensores, y en un nuevo pedido de justicia.

Un único terrorismo

Un único terrorismo

Momentos y escenarios distintos desencadenan huellas similares. Terrorismo es terrorismo. Cuba lo sabe de memoria. Más de cuatro décadas de hostigamiento constante hacen del país un escenario lleno de pruebas de las atrocidades cometidas por asesinos como Luis Posada Carriles y Orlando Bosh, ante los que en distintas etapas el gobierno de Estados Unidos se ha hecho el de la vista gorda como recompensa a sus servicios. Las marcas de sus pasos y las del resto de la mafia anticubana en complicidad con disímiles administraciones norteamericanas se hace presente en escenarios diversos, en auxilios de atroces dictaduras. Lo acaba de demostrar el Encuentro Internacional contra el terrorismo y por la justicia y la verdad, desarrollado en La Habana, en el que participaron familiares de las víctimas de muchos de estos pasajes que los cubanos guardamos celosamente, no para pedir venganza, sino para exigir JUSTICIA.
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Desde San Carlos el Escambray se coloreaba de azul. La distancia parecía convertirlo en inalcanzable. ¡Pero, qué va!. Apenas sostenido por la fortaleza de su espíritu y el ímpetu de sus 14 años, Luis Cardoso se vistió de miliciano y dejó atrás las bondades del hogar, sin meditar que la metralla teñía el monte de sangre y luto.
Él era uno entre miles, llegados de todas partes y sin saber siquiera de los colores del lomerío, pero prestos a defender aquella libertad vestida de guerrillera que poco antes les había bajado de esa y otras estribaciones y que, entonces, bandidos al servicio del imperio pretendían arrebatarle.
Un año entre rastros, cercos, crímenes y combates, lo graduaron de hombre sin abandonar la adolescencia, hasta que un día de 1963 fue sorprendido por una banda de alzados. La historia posterior sigue siendo una incógnita luego de más de cuatro décadas del hecho. Un testigo habla del coraje para no entregar el fusil y del ensañamiento de los bandidos. La realidad es que su cadáver todavía se encuentra desaparecido.
Para la familia los culpables permanecen impunes: "Fue el gobierno norteamericano el que abasteció a las bandas y por eso para mí siempre serán los mayores terroristas que puedan existir", asegura Francisco, el hermano.
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De noche, ni el farol le dejaban encender. El uniforme de brigadista, sólo lo utilizaba cuando tenía alguna reunión. Tal era el cuidado. Ya los bandidos habían enseñado las uñas con el asesinato de Conrado Benítez, el alfabetizador-bujía de la campaña. Manuel era de los que había respondido al llamado, haciendo caso omiso al propósito de quienes, con la CIA como inspiradora y a fuerza de terror, quisieron apagar la luz del saber que Cuba, con sus jóvenes como protagonistas principales, pretendió extender hasta el más humilde de los parajes de la Isla.
Como aquel de Limones Cantero, en medio del Escambray, adonde había llegado el joven habanero, que “se pasaba de obediente y respetuoso”, al decir de los que lo acogieron como a un hijo más en el corazón mismo de esta serranía del centro de la Isla. Pero era inconcebible para la brutalidad de los bandidos el “delito” de enseñar y Manuel sólo pudo completar su obra con una alumna.
Con los Lantigua no terminó. Se lo impidió el ensañamiento de quienes fueron por el tronco de familia, y no dudaron en buscar al alfabetizador. A pesar de la protección de todos los de la casa, ante la insistencia de Julio Emilio Carretero y los suyos, Manuel Ascunce Domenech, dejo escapar de su pecho de adolescente un "Yo soy el Maestro" que todavía resuena y se multiplica en los continuadores de una obra que pone bien en alto el nombre de Cuba en materia educacional, el mejor homenaje a quien supo entregar su vida para hacer realidad aquel primer gran triunfo: librarnos del analfabetismo.
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El Negro, como siempre llamaban a Crescencio Galañena Hernández sus familiares y amistades en Yaguajay, estaba a las puertas de concluir su misión en Argentina como funcionario de la embajada cubana, adonde había llegado cuando cumplía el Servicio Militar para laborar en el servicio exterior.
El 9 de agosto de 1976, en medio de una avalancha de acciones contra la Isla y cuando todavía la furia de la contrarrevolución no había cobrado las vidas inocentes del avión cubano en Barbados, Galañena es secuestrado junto a Jesús Cejas Arias por elementos terroristas de la Coordinadora de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), un engendro de la CIA en el que se aglutinaron los principales grupos que hasta entonces habían actuado bajo siglas diferentes desde territorio norteamericano, con el apoyo total del gobierno estadounidense.
Durante mucho tiempo no hubo más noticias sobre ellos, hasta que un día se supo que la postura de los jóvenes, negados a claudicar, hizo crecer el ensañamiento de los asesinos. Fue preciso esperar todavía para conocer que los cadáveres yacen en los cimientos de un edificio que se encontraba entonces en construcción en Buenos Aires. No se sabe, en cambio, hasta cuando habrá que esperar para que se haga justicia.